A propósito de la celebración del día de las madres en varios países, me puse a reflexionar y a pensar en el costo de la maternidad para las mujeres que, de una forma u otra, ejercemos de madres y que nada tiene que ver con lo económico.
A unas nos cuesta el cuerpo, engordamos, adelgazamos, el ombligo se pone negro, se caen los senos, salen estrías, se acentúa la celulitis. A otras nos cuesta el estilo, nunca más ropa blanca, adiós a los tacones, guardar las carteras pequeñas.
A algunas (sobre todo cuando tenemos poca o ninguna ayuda externa) nos cuesta la higiene, baños cortísimos, la casa no tan limpia, la ropa llena de buches, mocos en el pelo, a otras nos cuesta la decoración de la casa, ya no se compran muebles de colores claros, ni adornos que puedan romperse, ni mesas de vidrio.
A otras nos cuesta la carrera profesional, los proyectos se van a la gaveta, las oficinas se convierten en cuartos de juego, la independencia económica se vuelve una utopía. A algunas nos cuesta la salud mental, conocemos el miedo, el miedo a fallar, a hacerles daño, a que les pase algo o a que nos pase algo a nosotras.
Concluí de todo, que la maternidad cuesta y que asumimos ese costo, sin ninguna garantía, algunas lo asumen muy bien, otras lo asumimos en medio de caos y agobios, recibiendo como pago besos babosos, abrazos con cabezazos incluidos, miradas de amor y palabritas recortadas de cariño.
Nuestro reconocimiento a todas las que día a día asumen el costo de la maternidad.